sábado, 10 de octubre de 2009

Luis Díaz: Un monaguillo cuenta su historia


Actualmente Luis Díaz es licenciado en Comunicación Social. Lleva adelante un programa sabatino llamado “Positivamente” en la radio local. Hoy en día, además, es Ministro de la Eucaristía; es decir, lleva la comunión a los enfermos entre otras responsabilidades. Y lo que no es menos relevante: alguna vez estuvo en el Seminario con la intención de consagrar su vida al sacerdocio, pero luego se retiró. Actualmente su hijo es Cristián Díaz, sacerdote barquisimetano al servicio de la Arquidiócesis de Caracas. Hacia el año 1959 él fue monaguillo en esta Iglesia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. Él nos suministra la información que se redacta a continuación.
Luis y sus hermanos se iniciaron como monaguillos en esta Parroquia. Corría el año 1959. La casa parroquial era la antigua. Era una casa amplia y cómoda. Se entraba por la 35, como actualmente, pero llegaba a una sala más ancha. Allí había una vitrina en la que se vendían estampas. Después de la sala estaba el despacho del Padre Peña, quien era en ese momento el párroco. Por una escalera se subía a una sala de televisión y a los cuartos. El primero era el del Padre Alonso, seguía el del Padre Peña, luego el del Padre Roque y, por último, el del Padre Gómez. Durante un tiempo estuvo el Padre Rufino, gran impulsor del cine parroquial. Carmen era el nombre de la cocinera, quien, por cierto, cocinaba muy rico. Atrás había una cocina de leña. El Padre Peña, como párroco, tenía un cuarto privado donde llevaba asuntos ligados a la administración de la Parroquia. En el patio trasero había 2 habitaciones: en una dormía en aquellos tiempos el que después sería el Hermano Jesús María; en la otra la usaba un chofer de una línea de taxis. A los monaguillos se les daba Bs. 5, con lo que resolvían la semana. Eso los hacía unos privilegiados en sus colegios, pues costeaban muy bien sus gastos. Luis en algún momento ayudó también en el Santuario La Paz, ya que respondía la misa perfectamente en latín. De hecho un buen monaguillo debía no solo saber moverse en la celebración, sino también saber responder. Cuando comenzó la misa era en la mañana únicamente. Como todo niño también hacían sus travesuras: los sacerdotes les tenían mucha paciencia y los querían mucho. Se ponían a correr por la casa parroquial y, como muchos monaguillos, a escondidas se comían las hostias y tomaban un poquito de vino (hoy en día nuestros monaguillos no lo hacen). El vino para la misa se conservaba en barricas, no en botellas como ahora, y las hostias en una lata grande de galletas. En la parroquia había un perro que tenía el nombre de “Capitán”. Cuando había entierros también los llamaban. Fuera de tocar las campanas iban con el sacerdote hasta la casa del difunto y lo traían en procesión. En los entierros solemnes participaban 3 sacerdotes. En esos casos le daban Bs. 2. Cuando eran entierros sencillos le daban Bs. 1. En las misas llamadas de funeral se ponía un catafalco, es decir, una simulación de féretro en medio de la Iglesia: si era solemne se colocaban 4 candelabros en las esquinas con velas amarillas (los candelabros eran como la base del Cirio Pascual de este año) y en el centro una cruz (la que usamos el Viernes Santo); si era más sencillo se simplificaba todo, con un catafalco de madera. El mantel negro se usaba en esta ocasión, cuando era solemne. Había un señor, de nombre Antonio, que se encargaba de tocar las campanas. Para las misas antes del Concilio no había misa concelebrada: solo podía celebrar un sacerdote. Cuando algún sacerdote quería celebrar lo hacía en cualquiera de los altares de la Iglesia. Se celebraba de espaldas a la comunidad. Por eso es que cada altar tiene su Sagrario. La Sacristía quedaba detrás del Altar Mayor, que es el principal actual. Se entraba y salía por una puertica que fue sellada posteriormente. Había 2 órganos: el que estaba en el coro (el balcón que está encima de la entrada de la Iglesia) y otro pequeño. Un hombre feo, que cantaba feo pero en latín, se encargaba de amenizar la misa. Lo curioso es que desde abajo se oía bonito. Un monaguillo cuenta su historia
Luis recuerda el Altar Antiguo. Era muy bonito con el ara, la mesa de celebración, pegada a la pared. El sacerdote celebraba de espaldas. El sagrario era de madera y tenía su cortinita. Por detrás del Altar había una pequeña escalera que servía para las Exposiciones del Santísimo: el sacerdote subía por allí y lo colocaba en un lugar en alto, como actualmente ocurre en el Santuario La Paz. En la cúpula había una pintura de la Santísima Trinidad. La Iglesia tenía su púlpito en la primera columna de la izquierda, según se entra. Había 4 confesionarios, uno en cada esquina. A él le gustaba confesarse en el que quedaba en la nave de la Coromoto. El padre Peña cerró la Iglesia por 6 meses para remodelaciones. En ese tiempo la misa se celebró en los salones parroquiales, que en ese momento era el cine parroquial. El Padre decía que en algún tiempo allí estuvo la antigua capilla colonial. Este mismo padre encargó los actuales bancos de la Iglesia. La pila bautismal estaba en el espacio que está a la derecha según se entra a la Iglesia. La pila bautismal no estaba en el centro, sino recostado a la primera esquina de la izquierda. La Iglesia tenía unas lámparas de araña. El color original de la Iglesia fue el amarillo, y luego se pintó en gris.
Un señor se encargaba de repicar las campanas. Los monaguillos lo llamaban el “Jorobado de Nuestra Señora de París”.

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